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Identidad étnica y música vasca

Gotzon Ibarretxe

Antes que nada debo decirles que mi comunicación de hoy recoge algunas de las ideas centrales que expuse en el I Congreso de la Sibe, en marzo del presente año, donde comentaba las retóricas de esa versión etnicista que había configurado el denominado nacionalismo musical vasco. Sin embargo, en esta ocasión, quisiera retomar esas ideas seminales y resituarlas dentro de las coordenadas propias de este Encuentro.

Trataré, por lo tanto, de dilucidar ciertos aspectos que giran en torno al concepto de "etnia" y sus derivados -"etnicidad" e "identidad étnica"- considerando, sobre todo, los presupuestos generales que nos muestran la interrelación entre los procesos etnicitarios y sus referentes identitarios. Luego pasaré a la ejemplificación etnomusicológica del caso vasco.

Para empezar, parto del concepto de "etnia", tal y como ha sido tratado en ese pequeño debate sobre la etnicidad que han mantenido Davyd J. Greenwood y los profesores Alberto Ortega y Mikel Azurmendi, a raíz del artículo del primero 'Castillians, Basques and Andalusians: an Historical Comparison of Nationalism, 'True' Ethnicity and 'False' Ethnicity.' Me remito, pues, a esa idea de "etnia" entendida como comunidad humana que forja una identidad colectiva diferenciada -es decir, un identidad étnica- pretendidamente natural y homogénea, en confrontación a esa otra identidad mayoritaria representada en alguna forma de aparato jurídico-administrativo del Estado moderno.

Considero que ubicar el tema fuera de este marco de comprensión supone, cuando menos, un eufemismo que olvida u oculta el hecho de que "etnia" es una categoría de nuestra sociedad occidental proyectada por los antropólogos sobre aquellos grupos culturales pertenecientes a los imperios coloniales, cuyos sujetos "exóticos" el Estado trataba de integrar. Y eran diferentes, precisamente, porque planteaban algún tipo de discordia con los derechos y obligaciones individuales que ese Estado moderno imponía. Del mismo modo, la "etnicidad" -aunque sea un término más reciente y aplicado en muchos casos a grupos internos situados dentro de los límites físicos del propio Estado- surge de las relaciones de oposición cultural y jerarquización política entre esa mayoría que legitima las estructuras de poder estatales, y los individuos que se agrupan como minorías "étnicas" en base a unas costumbres, creencias religiosas, sexo, lengua, procedencia social, etc. En este sentido apunta Azurmendi que la gran paradoja de la sociedad democrática es que "hay individuos que, para creerse iguales, necesitan agruparse como conjunto de 'diferentes' diferentemente tratados" (Azurmendi, 1995: 88).

Curiosamente, así como "en la génesis misma del intento legitimador del Estado-nación europeo ha habido génesis de etnicidad" (Azurmendi, 1995: 88), en el caso de las etnicidades nacionalistas o etnonacionalismos como el catalán o el vasco, la misma institucionalización o estatalización progresiva que ha reproducido exactamente el esquema de mayorías y minorías, ha generado nuevos modos de confrontación y, por lo tanto, nuevos procesos de etnicidad dentro de las mismas comunidades -lo cual no trataré ahora-. Por otro lado, incluso en la comunidades que históricamente no habían imaginado ningún tipo de identidad étnica, sino que más bien habían sido emblemáticas de la españolidad -como es el caso de Castilla-, configuran ahora, gracias a las Administraciones autonómicas, algún tipo de identidad étnica, acompañada de una acción de política cultural que utiliza abundantes materiales culturales recogidos de la tradición o creados ex professo para el reclamo competencial. En consecuencia se puede afirmar que "la España contemporánea, crea en particular un caldo de cultivo propicio para la etnogénesis" (Greenwood, 1995: 74).

Admitir todo esto supone, de entrada, el rechazo a "la distinción entre grupos étnicos 'verdaderos' y 'falsos', así como al argumento de que algunos grupos culturales sean más étnicos que otros" (Greenwood, 1995: 63). En este sentido, comparto la idea de Greenwood, según la cual,
"ningún grupo cultural es mejor candidato que otro para convertirse en grupo étnico. Los vascos no son más 'étnicos' que los andaluces en ningún sentido. Argumentar lo contrario es ignorar la historia, y nos obliga a creer que unas culturas son más 'culturales' que otras porque forman grupos étnicos "(Greenwood, 1995: 74).

Sin embargo, desestimar esta absurda diferencia entre etnicidades verdaderas y falsas nos lleva, sobre todo, a la siguiente reflexión: que el debate en torno a la etnicidad es más una cuestión de metadiscurso que de aspectos referenciales. Lo cual supone, a su vez, admitir que una identidad étnica se configura por medio de una trama y que, por ello -en tanto que relato- las diferencias narrativas entre la construcción de un relato etnicista -que implica historicidad- y uno estrictamente ficcional no existen. Me explico.

En principio, como dice H. White, "la noción de relato 'verdadero' se trata de una contradicción en términos. Todos los relatos son ficciones. Lo que significa, por supuesto, que sólo pueden ser 'verdaderos' en sentido metafórico y en el sentido en que puede ser verdad una figura de dicción" (White, 1994: 14). Así pues, un discurso histórico puede ser moldeado en forma narrativa igual que una ficción literaria porque así lo permiten las figuraciones lingüísticas; lo cual no significa que sea "irreal" lo que nos cuenta, ni que de ello derive su grado de "veracidad" o "realismo"; nociones éstas que dependerán exclusivamente de los hábitos representacionales del contexto cultural dado. También Paul Ricoeur dice que
"el texto historiográfico se relaciona con su referente de la misma forma que el término figurado de una metáfora se relaciona con su término real. En su opinión, el discurso histórico es un tipo de metáfora ampliada -la definición tradicional de alegoría- y debe ser considerada, por lo tanto, como perteneciente al orden del habla figurativa, tanto como al del habla técnica y al de la literal" (White, 1994: 11).

Si nos ceñimos al caso vasco y, en concreto, a la etnicidad nacionalista, el relato histórico-cultural heredado de la escuela alemana impregna los discursos antropológicos y etnomusicológicos de las primeras décadas del siglo XX; los cuales apenas serán revisados hasta fechas muy recientes, y por un reducido grupo de estudiosos. En particular, la alegoría difusionista que urde el P. Donostia en torno a la música vasca, hila narrativamente algunos retales de la tradición musical vasca por medio de unas oportunas metáforas que pretenden vincular épocas inmemoriables en que supuestamente se gestaron ciertas melodías, con los tiempos actuales que, se supone, guardan a modo de supervivencias tales reliquias musicales. En efecto, la metáfora vegetal de "la rama musical" vasca que se dice que brota del mismo tronco que la bretona, confiere fuerza a los argumentos a favor del método geográfico y las áreas de difusión. Incluso la metáfora de la flor que parece brotar espontáneamente de ese árbol étnico, ilustra óptimamente el nacimiento natural, en el sentido pedrelliano, de las canciones populares.

Sin embargo, la tarea principal de esta alegoría etnicista será la de preservar a la música vasca de cualquier "peligro" de invasión externa, por medio de esas acotaciones tropológicas que dan cuenta y razón de los rasgos identitarios fijos que deberán caracterizar a la música vasca en todo lugar y momento. Curiosamente, cuando se excluyen ciertos ritmos, tipos de melodías, géneros musicales, etc. del repertorio étnico, se trata casi siempre de referentes comunes a otras localizaciones tanto del territorio español como del francés. Éste es el caso del fandango vasco, considerado ya desde el siglo XVIII por el P. Larramendi, como una variante de la jota; es decir, un "aire exótico"; o el caso de las marchas militares francesas del siglo XVIII que, paradójicamente, dan origen a melodías de un arraigo étnico tan marcado como es la marcha de San Ignacio. Todo lo cual corrobora la idea de una identidad étnica forjada a costa de unos referentes representativos de unas instancias de poder jerárquicamente superiores.

A pesar de ello, incluso los mismos referentes musicales -canciones, danzas y ritos concretos- que la etnicidad nacionalista diseca en su imaginario particular, experimentan mutaciones identitarias de diversa índole. Así, por ejemplo, los festivales vascos que organizan los descendientes de vascos en el Oeste norteamericano muestran todavía esos referentes fijos que había seleccionado el relato etnicista, aunque allí se presentan ya sin el ingrediente etnicista de oposición, y más como mera rememoración de un "pasado colectivo" (Fdz. de Larrinoa, 1991: 203). También, muchas de esas imágenes musicales pueden ser utilizadas como materia de composición musical en obras contemporáneas de intencionalidad exclusivamente vasquista, o como pura sonoridad que combina sistemáticamente elementos musicales policulturales, como en el caso de "We" de Luis de Pablo, donde el sonido de una trikitixa vasca distorsionada se junta con una música de boda polaca.

Pero, aparte de los múltiples y variados contextos de uso de esos referentes diseñados por el nacionalismo musical, el proceso etnicitario requiere de un discurso coherente, que narre la historia de una identidad pasada común que sobrevive en el presente en condiciones de discriminación cultural y que, por lo tanto, plantee una apuesta clara a favor de su perdurabilidad en el futuro. Es decir, requiere una coherencia estructural de tipo trama, que en el ámbito vasco estaría perfectamente ejemplificada por el fenómeno coral, ya que la operación de entramar, llevada a cabo en gran medida por el P. Donostia, supone la creencia en unos orígenes comunes que se remitirían a ciertas tradiciones vascas, como son las tradiciones de canto coral y danza o danzas cantadas en colectividad. Y en base a éstas se construye todo un aparato teórico-práctico que habla del canto coral como algo innatamente vasco y que sirve para justificar la existencia y proliferación de las actividades en torno al coralismo en el País Vasco: recolección de canciones populares y composición de obras corales a partir de éstas, organización de conciertos, concursos, federaciones, etc. Es decir, se origina un entramado tautológico que reivindica el apoyo a esas actividades corales en base a una supuesta identidad esencial vasca, mientras la existencia masiva de los coros se utiliza como argumento que corrobora esa pretendida identidad étnica esencial y natural.

En definitiva, y para concluir, me atrevo a afirmar que el relato etnicista vasco es cualitativamente distinto de otros en tanto que emplea unos tropos lingüísticos específicos para configurar la historia de su identidad étnica; pero coincide con otras etnicidades en que la confrontación jerárquica -en el sentido anteriormente apuntado- se construye a partir de un entramado que vincula tiempos pasados con tiempos futuros y a través de una narrativización discursiva que se estructura con un comienzo, un desarrollo y un desenlace en cada historia étnica.



Bibliografía

  • AZURMENDI, M.: 1995. "Nacionalismo, socialismo y 'verdadera/falsa' etnicidad", en biTARTE 5º.
  • DONOSTIA, J.A.:1983. Obras Completas del P. Donostia (Vols. I, II, III). Bilbao, La Gran Enciclopedia Vasca.
    • --------------1985. Obra Literaria. P. Donostia (Vols. IV, V). San Sebastián,Eusko Ikaskuntza.
  • FERNANDEZ DE LARRINOA, K.: 1991. "The Western Basque Festival-a: morfologia eta edukia tradizioaren asmaketan", en Cuadernos de Sección Etnografía 8. San Sebastián, Eusko Ikaskuntza.
  • GREENWOOD, D.:1985. "Castillians, Basques and Andalusians: an historical Comparison of nationalism, 'true' Ethnicity and 'false' Ethnicity", in Ethnic Groups and the State. London, P. Brass, Croom Helm. Publicado en biTARTE nº 5, 1995.
  • WHITE, H.:1987. El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica. Barcelona, Paidós, 1992.
    • --------------1989. "Figuring the Nature of the Times Deceased: Literary Theory and Historical Writing", in Future Literary Theory. Ralph Cohen, New York. Publicado en biTARTE nº 2, 1994

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